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Evaluar “competencias”. Carne para el matadero 1ex56

Una de las herramientas que el Nuevo Orden emplea para conseguir domar a los pueblos y convertirlos en masa dócil e impotente es la neutralización de la Educación. Que deje de existir la verdadera enseñanza y se sustituya por un simulacro. 3y2i21

En España, siguiendo directrices acaso muy similares a las de otros países del llamado "Occidente", tal proceso de doma, castración y engaño de la masa, esto es, el proceso de reformas educativas vivido desde la llamada Ley "LOGSE" (1991) , fue siempre orientado en una misma dirección hasta hoy: consistió en eliminar la objetividad en el conocimiento.

En aquellos años ya se había extendido la estafa pedagogista. Esta estafa ideológica consistía en afirmar, contra toda evidencia, que la enseñanza "memorística" y excesivamente académica era mala, ineficaz y hasta reaccionaria. Fueron los años dorados de la Pedagogía. Un ejército de "científicos de la educación" que apenas había pisado otras aulas que las universitarias, y desconocían por completo los arcanos de las distintas especialidades académicas así como las peculiaridades de cada tramo de edad de los alumnos (en especial, los adolescentes), se lanzaron a romper con las tradiciones y supuestos malos hábitos de la enseñanza.

En la enseñanza franquista se transmitieron algunos malos hábitos que la propia sociedad, sin necesidad de pedagogo alguno, rechazó por obra la propia evolución de la misma, asumiendo valores más democráticos: se dejó atrás el castigo corporal, el elitismo económico, el favoritismo de las "buenas familias". No obstante, con el rechazo del autoritarismo y la arbitrariedad de quien es más fuerte vino también un nefasto cuestionamiento de la autoridad, que aqueja gravemente a las aulas y a la juventud en su conjunto. Ni en la familia ni en las aulas hay autoridad en un gran porcentaje de casos en la

España de hoy.

En todos estos cambios, los buenos y los malos, la contribución de los "científicos de la educación", al menos en España, ha sido nula. No obstante, la omnipresencia de su jerga falsamente especializada, la compulsión a burocratizar y embrollar la labor de los maestros y profesores, etc. ha sido proverbial, con lo cual el balance que muchos docentes haríamos de la aportación de la Pedagogía a la mejora de la educación es más bien negativo.

Comenzó siendo un adorno, ahora es claramente un estorbo y un elemento indispensable de nuestro naufragio como sociedad.

En el país, los primeros pedagogos que pudieron vivir de esa "ciencia de la educación", se presentaron con un enfoque humanístico, personalista, o bien "constructivista": las teorías de Piaget y la Escuela de Ginebra llegaron a ser palabra de Dios en el texto legal de la ley de educación que inició el desastre educativo español, la LOGSE, un desastre que tiene paralelos en todo Occidente. No obstante, la debacle incubada en los años 80 del siglo pasado por obra de los "científicos de la educación", el catálogo de propuestas pedagógicas poseía la virtud de mostrar unas raíces antropológicas y metafísicas a las que remitirse cuando se trataba de discutir de dónde procedían tantos cambios. El personalismo neotomista, la teoría de los sistemas, el enfoque genético de Piaget… Todavía había una base filosófica y científica sobre la cual proponer reformas y debatir racionalmente. Aristóteles, Kant, Darwin… podían ayudarnos.

La pedagogía de hoy ya no es eso. Sus vocablos –extraños e inoperativos- no poseen base metafísica ni científica alguna.
La clave de que esto es así posee una rápida explicación: la pedagogía se ha convertido en una pseudociencia al servicio del Poder (si no lo fue desde el principio). Los grandes entramados institucionales del globalismo (UNESCO, OCDE, FMI, BM, UE…) poseen el poder suficiente para imponer su jerga, una jerga que no es mera hojarasca superestructural, sino que actúa como dispositivo de poder.

Estos entramados globalistas han decidido eliminar la objetividad de los conocimientos en el proceso educativo. Saben muy bien que un sistema de enseñanza basado en la objetividad de los conocimientos es más justo a nivel social, y es, potencialmente, un ascensor social. "El que sabe X, sabe X", no hay vuelta de hoja. En un examen objetivo de conocimientos, el alumno puede demostrar que sabe mucho, poco o nada. Cualquier reclamación de notas por parte del estudiante o de su familia tendría fácil resolución: repitámosle el examen. Si a la segunda oportunidad la calificación es la misma o similar, se acaba el pleito.

En España, actualmente, con un sistema de evaluación "competencial", proliferan las reclamaciones ante el embrollo legal en el que han enredado a los profesores. Todo el mundo estudiantil (y los miles de padres pícaros que hay en nuestro país, que no es el de Quijote sino el de Lazarillo) acaba aprobando y saliéndose con la suya, obteniendo títulos sabiendo nada, puesto que la ley consagra la subjetividad, y no el conocimiento objetivo

Evaluar conocimientos no es, ciertamente, evaluar la totalidad de dimensiones que toda persona va desarrollando a lo largo de su etapa de formación. Un chico que "sabe mucho" quizá no sea buen ciudadano, hijo ejemplar, demócrata a carta cabal, feminista convencido y consumidor responsable con escasa huella ecológica. Posiblemente no, pero por lo menos el sistema educativo puede en este caso evaluar objetivamente (léase justamente) si lo que persigue es evaluar conocimientos.

Evaluar "competencias" es evaluar nada. Se trata de una metáfora tan inaprensible como todas las que rellenan los libros de pedagogía. Dice el diccionario de la RAE: "competencia [acepción nº 2]: "Pericia, aptitud o idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado." Esto estaría bien si habláramos de arreglar una cañería o conseguir que el motor de un coche arranque. Esto mismo es absurdo si hablamos de aprender matemáticas, historia o filosofía. La solución de los pedagogos y de sus amos del "globalismo educativo" consiste en desmenuzar una competencia en no sé cuántos criterios, cada cual más abstracto. Aquí se ve muy bien la deriva de Occidente: a fuer de querer ser muy práctico (tienes X pericia o no la tienes), el sistema educativo acaba siendo el más abstracto, pues lo práctico se evalúa hoy –en la actual ley Celaá- con criterios abstrusos e ininteligibles, numerosos y vaporosos.

El camino hacia la reconquista de la Educación objetiva solo puede ser el inverso. Hay que poseer conocimiento serio, objetivo y riguroso, y entonces, sólo entonces, puede (puede en el sentido de posibilidad no siempre cumplida) uno acabar siendo competente.

Tanta necedad conceptual queda consagrada con la necedad sumisa de miles de docentes, inspectores, orientadores y demás colectivos que acatan y aceptan esta farsa. Todos cierran los ojos: Occidente se está descualificando masiva y aceleradamente. Avanza rápido hacia una sociedad muy desigual, en la que unos pocos "conocen" y una masa de pobres e ignorantes presumen de ser "competentes" porque lo dice un título inflacionario, con escudo oficial estampado y firma de SM el Rey. Y también porque –previamente- estúpidos chismes, como los "cuadernos digitales de evaluación", calculan que cien criterios, a cual más abstruso y arbitrario, y certifican que tal joven es… competente. Estamos mandando carne para el matadero.



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Carlos Javier Blanco 42716z

Doctor en Filosofía. Universidad de Oviedo. Profesor de Filosofía. España.

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