El viejo dilema humano respecto a si es de justicia rebelarse contra el sistema imperante o si, contrariamente, sería preferible (y aconsejable) privilegiar los intereses personales antes que los intereses de los demás, sigue estando presente en la sociedad contemporánea. Ahora quizá con un mayor dramatismo y unos mayores obstáculos por derribar que en épocas anteriores cuando se podía simplificar, de manera visible, las posiciones políticas y la estructura de las clases sociales y, así, determinar las alternativas a seguir. En medio de este escenario, a nivel mundial se hacen sentir algunas resistencias fragmentarias y dispersas que son, a veces, toleradas por quienes controlan el poder, confiando en que éstas no tendrían todavía una mayor capacidad de organización y de movilización que ponga en jaque al orden establecido. Aún así no dejan de constituir opciones válidas y factibles. Como podemos extraer del prólogo del libro «Aprendizajes del Movimiento Zapatista. 3q594j
De la insurgencia armada a la autonomía popular», en el cual Bernardo Mançano Fernandes y Julián Rebón resumen lo que ha sido, en muchos aspectos, la historia reciente de nuestra América: «Diferentes movimientos y, en ocasiones, verdaderas rebeliones ciudadanas han empujado cambios en los tiempos sociales y políticos de nuestra región. Estas luchas ponen en cuestión desde la práctica colectiva los clivajes de la desigualdad persistente, los modelos de desarrollo excluyentes y ecológicamente no sustentables, así como la anemia democrática y el autoritarismo. En su desenvolvimiento vetan gobiernos y políticas, promueven demandas que desbordan los canales institucionales, constituyen identidades colectivas, configuran territorios como resistencias y existencias, factualizan experiencias de transformación y superación, renuevan el debate público, ponen en movimiento a la sociedad». En medio de este maremágnum de cosas y sucesos trascendentales se hallan insertados, la mayoría de las veces, directa e indirectamente, luchadores sociales y políticos que han hecho de los ideales de la revolución socialista su credo y su razón de ser, convencidos del importante aporte que pueden ofrecer para que los cambios revolucionarios en ellos implícitos se hagan una realidad permanente; sea por medio de la filosofía de la praxis o el materialismo dialéctico.
Aunque haya en el presente una diversidad de movimientos antistémicos que podrían definirse como alejados de las tradiciones de la izquierda del pasado, lo cierto es que -independientemente del éxito electoral que hayan obtenido- el planteamiento de fondo de toda propuesta revolucionaria continúa siendo la transformación estructural de la sociedad, lo que incluye todos los órdenes que la componen. No en vano, a la izquierda revolucionaria, los sectores dominantes le engancharon la etiqueta de ideología del terrorismo subversivo, dedicados a esparcir una serie de mentiras respecto a la implantación de un régimen bajo su dirección y, generalmente, combatiéndola con saña y violencia. En lo correspondiente a la realidad de Venezuela esto no ha cambiado. La posibilidad de que en este país se instaure el socialismo revolucionario aterra a muchos, sin excluir a quienes, desde las diferentes instituciones del Estado, estarían de acuerdo con ello. Estos últimos son, al final de cuentas, según la calificación que hiciera de ellos el escritor, director de cine e historiador pakistaní Tariq Alí, meros «socialdemócratas de izquierda», gran parte de los cuales adoptan ciertos clichés radicales, pero que jamás estarán dispuestos a emprender un cambio radical de la sociedad que dirigen, o piensan dirigir, contentándose con sólo copar todas las instancias públicas posibles y promocionar cambios insustanciales que apenas afecten la continuidad del orden establecido. Incluso se les podría catalogar de burguesía burocrática, ya que muchos de ellos ostentan cargos de gobierno y un estilo de vida que poco tendría que envidiarle a quienes se han hallado, tradicionalmente, en la cúspide de la pirámide económica y social. Muchos, por no decir todos, no sabrían entender ni, menos, aplicar lo que en algún momento dijera Noam Chomsky respecto a cuál debiera ser la conducta de cualquiera que se diga socialista: «Un socialista consecuente debe oponerse a la propiedad privada de los medios de producción y a la esclavitud asalariada que conlleva, por ser incompatibles con el principio de que el trabajo debe asumirse libremente y permanecer bajo el control del trabajador».
No se es de izquierda simplemente porque así se proclame a los cuatro vientos mientras se ite como legítimo, normal e inevitable la reproducción de una nueva especie de burguesía, así como el mantenimiento del modelo rentista de acumulación capitalista. Más que las formalidades discursivas de gobierno es mucho más importante que sean profundizados todos los cambios que se propicien, sobre todo, los auspiciados de manera autónoma por los sectores populares organizados en un ejercicio sin interrupción de la democracia directa. Según lo determinado por el sociólogo ruso Boris Kagarlitsky, autor del libro «El largo repliegue», la izquierda se ha desconectado de sus raíces en la clase trabajadora, priorizando la corrección política, la política de identidades y los debates culturales por sobre las cuestiones económicas del día a día. En tal sentido, el reclamo de muchos revolucionarios en relación con la gestión cumplida por el chavismo es muy amplio. Los más consecuentes e irreductibles se han convertido en una especie de Robinson Crusoe colectivo de la revolución socialista venezolana, en medio de la aparente polarización existente entre chavismo y oposición, siendo percibidos como parciales de uno u otro bando, sin reconocérseles su singularidad.
Con un capitalismo aparentemente en fase agónica (por lo menos, el acaudillado por las grandes empresas transnacionales estadounidenses), las condiciones de la clase trabajadora, especialmente en lo que se relaciona a su situación material de vida y trabajo (salarios, inflación, poder adquisitivo, a vivienda, educación, cultura, servicios básicos y seguridad social) y el régimen de libertades políticas en la cual se produce su proceso de toma de conciencia como clase (libertad de organización sindical, libertad de plantear y acordar contratos colectivos con las empresas y el Estado, introducir pliegos conflictivos, derecho a huelga, derecho a movilización, posibilidades de organizarse en partidos políticos revolucionarios, libertad de opinión y de producción intelectual, entre otros); exigen que los trabajadores se esfuercen por elevar su conciencia y su nivel de lucha, aun con todos los factores en contra que deben enfrentar. Esto lo lograrán si llegan a comprender las condiciones que facilitan la apropiación de riqueza por parte de la burguesía y las clases (y castas) dominantes de cada país; en qué consiste el modelo de acumulación capitalista prevalente; cuáles son las características del modelo de representación política que expresa la dominación burguesa y del régimen de libertades políticas que les permite a los ricos incrementar cada vez más sus ganancias, muchas veces obtenidas gracias a la plusvalía ideológica y la corrupción del Estado; y, del mismo modo, establecer la relación existente entre las burguesías nacionales y las naciones imperialistas y los centros del capitalismo mundial, en una visión panorámica objetiva que les impulse a construir una unidad orgánica y operativa junto con otros sectores sociales también oprimidos y marginados. Todo lo anterior es parte de la tarea revolucionaria que desempeñan, con muchos tropiezos, los Robinson Crusoe de la revolución socialista venezolana, sin que por ello se vean mermadas su voluntad de lucha y su conciencia clasista, con mayores méritos a los exhibidos por muchos que tuvieron la buena fortuna de acceder al poder constituido. Su lucha irreductible, más que el producto de una necesidad personal, responde a un imperativo moral con la historia del país e, incluso, con la humanidad, que los alienta a continuar marchando por la senda revolucionaria y sin prestar oídos a los cantos de sirena de quienes están interesados en mantener todo sin ningún tipo de alteración.