La formación teórico-ideológica revolucionaria debe (y tiene) que cumplir un papel mucho más importante que el de un simple adoctrinamiento o repetición de consignas que busquen exacerbar los ánimos de las masas en torno de un dirigente o partido político, por muy buenas intenciones que éstos exhiban. Quienes se oponen a ella, generalmente aducen que no hace falta y, más bien, puede ocasionar más mal que bien al incitar a dichas masas a proponerse alcanzar metas para las cuales no están (supuestamente) preparadas, por lo que es más conveniente que se mantengan siempre obedientes, dejando la toma de decisiones y los razonamientos a aquellos que han elegido como sus gobernantes. Según estos personajes, las cosas siempre han sido así y, por lo tanto, no debieran modificarse sino superficialmente, dejando intacto lo esencial. Sin embargo, en su contra, la historia de la izquierda revolucionaria tiene como precedente fundamental el despertar de la conciencia de las clases y los sectores sociales explotados y discriminados, de modo que supieran desentrañar y combatir eficazmente las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales que hacían de ellos el objeto de las desigualdades generadas por la hegemonía de los sectores dominantes. Durante este proceso de concienciación revolucionaria tuvo una influencia decisiva el contenido del Manifiesto Comunista, sin que ésta disminuya lo hecho en igual sentido por los teóricos del anarquismo, opuesto también al orden establecido, pero con una visión divergente a la sostenida por los comunistas.
No sería insoslayable, entonces, que cualquier propuesta política de transformación signada por el socialismo revolucionario pase por alto este importante elemento, quizá debido al hecho de haberse accedido a los diversos niveles de control del Estado, lo que, de por sí, no es ninguna garantía para que la misma se sostenga en el tiempo, a pesar, incluso, de contar con un electorado mayoritario. Por ello, cada avance que se produzca, tendría que acompañarse por una profundización del marco teórico-ideológico que lo avale, dando espacio a la libertad de expresión, a la crítica y a la autocrítica con que podrán detectarse los probables errores y amenazas que podrían abortar su completa consolidación. Esta necesidad de formación teórico-ideológica no supone la acumulación de datos biográficos y de los aportes literarios o analíticos de la gran gama de revolucionarios que, partiendo de Kar Marx y Friedrich Engels (sin excluir a Bakunin, Proudhon y Kropotkin) hasta el siglo presente, se han preocupado por definir qué tipo de revolución socialista hará posible la transformación radical del orden hasta ahora establecido, apenas diferenciándose en cuanto a las épocas y los factores socioeconómicos particulares de cada nación y continente; lo cual debería asumirse sin ningún sectarismo.
Como podría evidenciarse, las ideas primigenias de realizar un proyecto nacional basado en la libertad, la igualdad y la fraternidad que proclamara la Revolución sa de 1789 han marcado y estimulado las aspiraciones democratizadoras de millares de personas alrededor del planeta en el espacio de más de doscientos años. En nuestro mundo contemporáneo, la lucha de clases sigue tan vigente, tanto o más que cuando los comunistas y los anarquistas se la hacían ver y comprender a los proletarios, haciéndose eco de las proclamas de aquella revolución que sólo sirvió para entronizar a la burguesía como clase social dominante. Durante este largo tiempo, hubo propuestas y contrapuestas, cuyos defensores y detractores, quizá sin saberlo a ciencia cierta, en vez de contribuir al logro de una mejor conciencia de clase del proletariado se enfrascaron en discusiones estériles prolongadas que en ningún momento representaron un riesgo para las minorías dominantes. Salvo los periodos históricos que dieron lugar a la Revolución Rusa (o Bolchevique, con Lenin), la Revolución China (con Mao Zedong), la Revolución Vietnamita (con Ho Chi Minh) y la Revolución Cubana (con Fidel Castro Ruz), inspiradas por el socialismo revolucionario, en el resto de las naciones no hubo una caracterización única y ajustada a las condiciones específicas de cada una, produciéndose una multiplicación de organizaciones políticas de izquierda tradicional (electoralista) e izquierda radical (subversiva o guerrillera) que se autoatribuían el papel de ser las poseedoras de la verdad única de la Revolución. Cosa que cambió con la eclosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, dejando desorientada a una buena porción de militantes marxistas-leninistas que no atinaban a explicarse qué fue lo que realmente sucedió en el país de Lenin y, muchos de ellos, terminaron compartiendo (varios de buenas ganas) los postulados del neoliberalismo económico, contribuyendo al entronizamiento de la derecha reaccionaria neoliberal.
En Venezuela, la socialización y difusión del pensamiento bolivariano entre los diversos sectores populares como el principal fundamento del proyecto revolucionario liderado por Hugo Chávez Frías es un elemento vital para que este proceso genere un sentido de pertenencia con el país, sin que esto signifique la simple repetición de efemérides aprendidas sin comprender su contexto histórico y cómo se relacionan con la época actual. De igual modo, tendría que incluirse en esta formación de conciencia revolucionaria, de forma pluralista e integracionista, todos los aportes y las experiencias ocurridas en otros territorios de nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina en la lucha por su liberación nacional y el socialismo revolucionario, en contra de la hegemonía imperialista de Estados Unidos y sus lacayos locales. Al hacerlo, se estarán borrando los prejuicios y las limitaciones autoimpuestas que le hacen creer a muchos, absurdamente, que tales objetivos no podrán concretarse; contando para esto con la formación de una conciencia revolucionaria de las masas como la más efectiva barrera contrarrevolucionaria.