En este día que deberíamos celebrar nuestro estar en la naturaleza, pasaremos de grandes pensadores, catedrales filosóficas de la modernidad occidental, a dibujos animados actuales; llegados aquí, retrocederemos al pasado mítico de Némesis para tocar el primero de los temas de nuestro tiempo: la cuestión de la Vida, la cuestión ecológica. ¿Parece poco serio? Lamentablemente la cuestión principal de nuestro tiempo es demasiado seria, aunque quien escriba no lo quiera ser tanto. Entremos en materia. 40145q
Cual delincuente profesional, la llamada modernidad occidental porta varias actas de nacimiento, desde una que dice que vió la luz en "Las confesiones" de San Agustín a otra que afirma haberlo hecho en el siglo XVIII. Nosotros escogemos una que la ubica durante El Renacimiento, allí en "El hombre de Vitruvio" de Da Vinci, aquel hombre desnudo en el centro del universo, o quizás entre los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, con un Dios anciano bastante humanizado. En todo caso, el humanismo del Renacimiento pondrá en el centro de todo al ser humano que somos y tomará la naturaleza en la que estamos, y a la que pertenecemos, como un ente para diseccionar, auscultar y hacer de ella un Know how, un saber cómo para el dominio de nuestro entorno. ¿Cómo funcionan nuestros órganos animales? ¿Cómo funciona este universo? Y, finalmente, ¿cómo podemos intervenirlo para valernos del mismo y realizar nuestros propósitos? La razón se vuelve subjetiva diría Horkheimer, y la naciente racionalidad científica de la modernidad temprana dirá que se vuelve objetiva. Objetiva en tanto que no depende de las fantasías y emociones nuestras, objetiva por cuanto un Método pone entre paréntesis nuestras inclinaciones psicológicas. Subjetiva, en el decir de Horkheimer, porque al final se trata de una racionalidad para la autoconservación de un sujeto soberano, una que se enajena de la totalidad a la que pertenece para convertirla en objeto suyo, sujeto soberano que quiere ser amo y dueño de la naturaleza, sujeto soberano que pretende ser como Dios y manipular lo que le rodea a su entera satisfacción, como el "Frankenstein" de Mary Shelley que crea la Vida en un laboratorio, o como la soberbia de los ingenieros del Titanic cuando se dice que afirmaron que ni Dios podía hundirlo.
Cuando el Renacimiento se acerca a su final emergen dos filosofías que marcarán a la modernidad de forma determinante. Por un lado el empirismo de Francis Bacon y por el otro el racionalismo de René Descartes, con muchas diferencias entre las dos, tantas como hay entre el temple británico y el francés, pero también con muchos puntos de encuentro como lo son los títulos de dos de sus trabajos más influyentes: "Novum Organon" y "El Discurso del Método". "Novum organon" traduce por "El Nuevo Método", lo que deja claro que hay una preocupación muy metódica entre empiristas y racionalistas, entre modernos, una preocupación por un nuevo método (nótese el singular) que reemplace los fracasos del antiguo Organon, el aristotélico. Fracasos geocéntricos entre otros pero también su fracaso total para construir un "ars inviniendi", una técnica del descubrimiento ligada a la invención. Y es que de la lógica aristotélica sólo se extrae un "ars demonstrandi", una técnica de la demostración a partir de unos principios universales, como en los típicos silogismos que alguna vez nos enseñaron. Los modernos, Bacon y Descartes a la cabeza, quieren inventar y dominar, ser amos y señores de la Natura. Dejemos que hablen ellos. Primero Bacon por ser el de mayor edad: "Que el género humano recobre su imperio sobre la naturaleza que por don divino le pertenece; la recta razón y una sana religión sabrán regular su uso." (Novum Organon, parágrafo 129 del primer libro, con la traducción de C. Litrán en Orbis). Ahora con Descartes: "Pues estas nociones (los preceptos metodológicos) me han enseñado que es posible llegar a conocimientos muy útiles para la vida y que, en lugar de la filosofía especulativa enseñada en las escuelas (la aristotélica y escolástica), es posible encontrar una práctica por medio d ela cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros, de los cielos y de todos los demás cuerpos que nos rodean tan distintamente como conocemos los oficios varios de nuestros artesanos, podríamos aprovecharlos del mismo modo en todos los usos apropiados, y de esa suerte convertirnos como en dueños y poseedores de la naturaleza." (Discurso del método, segundo párrafo de la sexta parte, con la traducción de R. Frondizi en Alianza).
Con Bacon y Descartes ya está fundada filosóficamente la narrativa científicotecnológica moderna si bien revestida de una razón ética que quiere hacer de la naturaleza un hogar para la humanidad desprovisto de mayores amenazas. Incluso Bacon dirá que la mejor manera de dominarla es leyendo su libro y obedeciéndola allí donde sea necesario, algo que deberíamos retomar hoy. En el trayecto hasta nuestros días la razón ética se difuminará hasta quedar una desnuda voluntad de dominio expresada en una sociedad organizada desde una racionalidad que instrumentaliza todo lo que es Vida. La razón ética ha quedado desplazada por una razón tecnológica alérgica a la intromisión de los valores culturales en su quehacer, una razón que no pocas veces produce monstruos goyescos como el holocausto armenio, Auschwitz, Hiroshima y Nagasaki, Vietnam, Srebrenica u hoy Palestina.
La serie animada producida por Spielberg y creada por Tom Ruegger, Pinky y Cerebro, expresa bien el devenir de la razón moderna, y en esto se suma a las innumerables producciones culturales de nuestro último siglo, las de la literatura de Orwell o Huxley, las de la cinematografía de Fritz Lang o Kubrick, las de las pinturas de Otto Dix o la del Guernica de Picasso. Cerebro (Brain) lo reúne todo. Ratón de laboratorio científico, producto de la ingeniería genética, con una inmensa capacidad de razonamiento técnico y lógico-matemático, quiere conquistar el mundo para saciar simplemente su megalómana voluntad de dominio. Sus fracasos en cada episodio se deben a su compañero Pinky, otro ratón de ingeniería genética pero experimento fallido que dió por resultado a un sentimental y hedonista compañero. No obstante, en muchos capítulos la narcisista voluntad de dominio de Cerebro tiene a otro adversario megalómano y súper dotado en inteligencia, un hámster llamado Snowball, también resultado de la ciencia genética. Snowball y Cerebro, a modo de dos superpotencias, compiten por el control absoluto del mundo sin ninguna finalidad humanista, sin ningún desparpajo hacia la naturaleza en la que estamos. Como Trump tratando de apropiarse de "espacios vitales" para Estados Unidos como Groenlandia o el Canal de Panamá. o como Putin tomándose Ucrania, solo hay una cruda voluntad de dominio con base en un sistema económico depredador.
La mitología griega tenía más de una Diosa para la justicia. Diké se encargaba de la justicia repositiva, más inmediata, presente. Némesis se vincula con la memoria que no olvida los agravios del pasado, que hace que las víctimas de la historia pasada no queden sin justicia castigando los excesos (Hybris) de los victimarios. Némesis, al parecer, es más antigua que Diké, pertenece a mitologías anteriores a la griega. De ser así, bien expresa el anhelo de que el pasado injusto no quede impune. Hoy la Némesis se hace una con la naturaleza, de la que somos hijos y parte, pero algunos de nosotros hijos soberbios que se han excedido (Hybris) en su estar en ella, hijos de la voluntad de poder desmesurados que hoy gastan pornográficamente miles de millones de dólares en un proyecto dirigido a abandonar nuestro planeta para habitar otro y expoliar sus espacios vírgenes.
La naturaleza, de la que somos y en la que estamos, busca reponer sus equilibrios ante las heridas infringidas por el actuar desmedido del dominio expresado en la amalgama de los poderes económicos, políticos y mediáticos a nivel mundial. La Némesis que se ha vuelto el llamado cambio climático parece quitarle posibilidades a Musk y a la oligarquía tecnológica para abandonar el planeta a tiempo. Lo terrible es que junto a ellos terminarán pagando los pueblos humanos que han concebido su estar en la naturaleza de una forma armónica, sin renunciar a la técnica, condición antropológica de nuestro ser, pero sin obsesionarse por la razón tecnológica que potencia narcisisticamente la voluntad de dominio. Estamos a tiempo de corregir entuertos antes de que Némesis nos alcance. Para ello se precisa repensar nuestro estar en este mundo para fomentar una voluntad integradora con el todo al que pertenecemos y del que formamos parte muy activa. Mientras sigamos enfermos de consumismo e impulsando un crecimiento económico que subestima los límites ecológicos sólo habrá malas noticias. Es responsabilidad de todos que no se pierda el último resquicio de la Caja de Pandora, la esperanza. Una vez más insistimos en ello hoy 5 de junio, día mundial del medio ambiente. Dum est Vita spes est.