En artículo reciente, explicaba que, normalmente, las consideraciones que se hacen para los presos comunes son muy diferentes de las hechas para los presos políticos. Para la generalidad de la gente, el preso común es un delincuente, es decir ha atentado contra personas o bienes materiales por motivaciones individuales, propias, impulsado por la satisfacción de deseos o necesidades de distinto tipo y grado. El preso político, en cambio, no es visto como un delincuente, con excepción del gobierno que lo mantiene recluido y los seguidores fanáticos de éste. De hecho, normalmente se habla de delitos políticos y delitos comunes, y los detenidos por ellos son recluidos en distintos ambientes o deberían serlo. En el pasado, esto se cumplía como es debido, pero la llamada revolución bonita parece que pierde su belleza en muchos casos y éste es uno de ellos. 2i6t6a
El intercambio de prisioneros es una práctica muy antigua, que se entiende claramente y se ve con simpatías en los casos de guerra: las partes en conflicto intercambian sus presos, los cuales en principio son equivalentes, pues se trata de soldados y oficiales de distinto grado enfrentados por los intereses de sus respectivas patrias. Sus intereses los igualan, independientemente de que la razón esté en alguno de los lados y no en ambos, o simplemente no exista una razón aceptada universalmente. El país “A” quiere que liberen a sus combatientes apresados por el país “B”, mientras éste quiere a los combatientes suyos en poder del país “A”. Es nítida y transparente esta negociación, la cual será recibida por todos como positiva desde el punto de vista humano.
En otros intercambios, las cosas no son tan claras ni tan evidentes, aunque pese a estas diferencias, el intercambio se podría entender y declarar procedente. Así, se podría dar el mismo tratamiento al intercambio de presos, no necesariamente políticos, entre dos países, sin que los mismos estén en guerra, ni enfrentados de alguna manera. Ambos países podrían estar interesados sólo en que sus nacionales no estén presos en otro país y, por lo tanto, acuerdan intercambiarlos para que cada quien regrese a su país de origen. Podría tratarse, y sería el caso más diferente y complejo, del intercambio de presos considerados políticos o injustamente recluidos en el otro país negociante, para intercambiarlos por presos de éste a quienes se les da la misma connotación. Este intercambio generalmente se da entre países enfrentados en alguna forma, pero sin estar en guerra. Este último, es el caso del intercambio con EEUU que trajo a Venezuela a Alex Saab.
Un último caso, retorcido, pero que el pragmatismo amoral o ignorante considera válido, es intercambiar presos políticos de un país por nacionales de ese mismo país secuestrados en otro. O sea, presos de la misma nacionalidad: unos cautivos como políticos en su país y otros secuestrados por un país distinto, por lo que no son equivalentes. Es como el rescate que pide un secuestrador. Un intercambio así se realizaba hacia los años sesenta del siglo XX, entre secuestradores de aviones que pedían como rescate, para liberar a los pasajeros, la libertad de sus presos en distintos países. Y se repitió mucho hasta que los estados dejaron de acceder a estas siniestras peticiones. Hoy hay quienes piden que se haga con los venezolanos secuestrados por Bukele: cambiarlos por presos políticos venezolanos. O sea, dar luz verde al secuestro futuro de venezolanos en cualquier país, para intercambiarlos por presos políticos o no que estén en Venezuela, o por lingotes de oro del Banco Central o por divisas convertibles. ¿Se entiende? ¿Es eso lo que se quiere?