Apagar para pensar 1o1s2t

 Si en España, como en el resto del Occidente democrático, tuviésemos estadistas en lugar de es sin imaginación, alguno se atrevería a cuestionar un dogma silencioso pero profundamente dañino: la televisión pública no debe emitir las veinticuatro horas del día. 5j5p7

 La emisión continua, día y noche, todos los días del año, se ha convertido en una rutina asumida como natural. Pero no lo es. Es una aberración cultural. Ninguna maquinaria intelectual ni creativa puede producir calidad sin descanso. Pretenderlo es como exigir a un escritor que publique cada seis horas, o a un orador que no calle nunca. El resultado es obvio: ruido, repetición, superficialidad.

 Este modelo de televisión total responde a una lógica mercantil que ha colonizado incluso lo que debería pertenecer a la esfera de lo público. No es la ciudadanía la que lo exige: es el mercado el que lo impone, bajo el pretexto de una supuesta demanda insaciable. Pero no hay tal demanda: hay consumo inducido. Se ofrece espectáculo banal porque es más barato, porque llena horas y porque genera audiencias fáciles. Así se aplasta la posibilidad de una programación que eleve, cuestione o simplemente haga pensar. La televisión pública no es un Alto Horno que no se puede apagar nunca.

 ¿Qué impide que una cadena pública apague su señal durante la madrugada o reduzca sus emisiones a bloques de contenido cuidado, elegido con criterios culturales o educativos? ¿Por qué no dejar de competir con las cadenas privadas en su propio terreno y comenzar a marcar una diferencia real?

 Cuando llega alguna medida racional, sensata, de esas que hacen pensar que no todo está perdido, suele venir del norte europeo. No porque tengan más recursos, sino porque conservan una inteligencia colectiva que no ha sido devorada del todo por el pensamiento calculador. Heidegger lo anticipó: vivimos atrapados en una forma de pensar que cuantifica, mide, produce sin cesar, pero que ha olvidado cómo detenerse a meditar. Ese otro tipo de pensamiento, el pensamiento meditativo, es el único capaz de cuestionar lo establecido, de pensar lo impensado.

 En España, ese pensamiento está arrinconado. La cultura política dominante confunde gobernar con gestionar inercias. Se gobierna para evitar el conflicto, no para proponer ideas nuevas. Así, se mantiene una televisión pública agotada, sin alma, que ocupa espacio pero no aporta sentido.

 Limitar el horario de emisión de la televisión pública no es una medida menor: es un acto de higiene cultural. Equivale a recordar que el silencio también comunica, que el descanso es parte del pensamiento, y que lo público no está para saturar, sino para seleccionar.

 Lo revolucionario, hoy, es apagar. Callar un rato. Dejar de emitir. Y empezar a pensar qué vale la pena decir…

 


Esta nota ha sido leída aproximadamente 751 veces. 385sa



Jaime Richart 4f4u3p

Antropólogo y jurista.

 [email protected]      @jjaimerichart

Visite el perfil de Jaime Richart para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea. 3e1646


Noticias Recientes: 642x5

Comparte en las redes sociales 4w6x3b


Síguenos en Facebook y Twitter 5ot3u



Jaime Richart 4f4u3p

Jaime Richart

Más artículos de este autor 3v1p2p