Una viñeta reciente me devolvió a una vieja idea: los discursos políticos, cuando se les retira el respaldo de la fuerza, se desploman. Sin armas, muchos líderes quedarían reducidos a gesticuladores sin audiencia. La supuesta racionalidad que esgrimen no es más que solemnidad vacía sostenida por el miedo. 6518w
Tras la Guerra Fría, el mundo quedó en manos de una sola superpotencia que actúa sin contrapesos. Ya no necesita disimular. Su discurso, despojado de toda magia diplomática, se resume en esto: puedo hacerlo, así que lo haré. Y eso, en lugar de progreso, es pura regresión.
Nada nuevo: como en las manadas, el macho alfa impone su ley. Pero al menos el animal no finge racionalidad. El humano armado hasta los dientes sí pretende que su brutalidad es lógica. No lo es.
¿Dónde queda, entonces, la razón? Durante años he creído que lo femenino —como forma de ver, sentir y decidir— encarna una lógica menos contaminada por la violencia. No porque las mujeres sean mejores por naturaleza, sino porque su historia las ha forzado a otras estrategias: cuidar en vez de dominar, influir en vez de aplastar.
No se trata de cambiar cromos en el poder, sino de sustituir el paradigma: que mandar no sea amenazar, sino convencer. Que la lógica del cuidado, y no la del miedo, ordene el mundo.
Cuando eso ocurra —si ocurre— tal vez merezcamos llamarnos especie racional.