Ucrania: Una profecía en marcha 1dd59

La historia nos ha demostrado que los imperios no caen de la noche a la mañana, sin embargo, un estertor agónico empieza a resonar en el corazón del imperialismo y el mundo entero advierte un desenlace irreversible detrás de toda la arrogancia, la agresividad y la perfidia; síntomas de la resistencia al nacimiento de un nuevo orden mundial. 5i46q

Así como Troya ignoró la treta oculta en el vientre del caballo, y Roma el quiebre del equilibrio interno tras la expansión de sus fronteras, hoy la OTAN (bajo el liderazgo decadente de los Estados Unidos) ha ignorado los indicios de su propio colapso en el teatro de la guerra de Ucrania.

Tras la caída de Siria como un bastión vital del eje de la resistencia (Oriente Medio), se supuso el debilitamiento definitivo de Irán y Rusia como principales actores en el conflicto y se estimó que los EEUU (hegemón colosal) y sus aliados en Occidente recompondrían sus fuerzas de forma decisiva, enterrando para siempre la multipolaridad como alternativa a su gobierno desalmado. Tal escenario supuso un duro golpe contra el antimperialismo en el mundo. El sionismo, el oportunismo turco y el terrorismo yihadista pactaron una fórmula de poder que terminaba por servir el territorio sirio en bandeja de plata en un esquema de reparto y regencia tutelada por EEUU, que además supuso toda perdida de los derechos humanos y avance civilizatorio en el país, y que terminó por dejar en evidencia los vínculos de Occidente con los grupos extremistas de Oriente Medio. Esto que se asumió como debilidad de la Federación Rusa en el marco de la pugna global, no hace sino validar los argumentos del eje de la resistencia: EEUU se sirve de los más obscenos métodos de guerra para deponer a los gobiernos legítimos y colocar, en cambio, representantes (títeres) de sus intereses en las regiones; aunque ello signifique el fortalecimiento de los autoritarismos fundamentalistas, la debacle absoluta de los pueblos, la pérdida de territorio de los países y con ello el menoscabo de la condición patria de las naciones, una indiscutible refutación de su propio discurso y toda cualidad ética.

En cambio, nada está más lejos del absoluto control del imperialismo sobre la escena global, pues Rusia parece estarle ganado la partida a la OTAN en territorio ucraniano, quien, al verse evidentemente derrotado, tiende al uso de ataques terroristas y operaciones militares despreciables, tan lejanas de la línea de conflicto, que contravienen las normas de la guerra sin significar un mínimo revés estratégico para Rusia. Estas maniobras solo simulan la rebatiña de los niños más fuertes sobre los otros indefensos, en medio del caos de la piñata; imagen que describe con brutal exactitud el momento geopolítico actual: una alianza atlántica rota, fragmentada, que recurre a operaciones desesperadas ante la inminencia de una derrota que no fue capaz de anticipar, dejando en claro su comprometida participación militar en Ucrania, lo que a su vez significa un peligro latente para la humanidad.

Ya en artículos anteriores (De Troya a EEUU, el declive de un imperio y Ucrania: Escalada y fin de la OTAN), advertí que la guerra en Oriente Medio y Europa no son simples conflictos regionales, sino el punto de inflexión de una transformación histórica que marcará el fin de la hegemonía unipolar estadounidense y el principio de un mundo verdaderamente multipolar. Hoy, parte de esas predicciones parecen asomarse con estupenda precisión.

Desde el año 2022, cuando Rusia inició su operación militar especial, la narrativa occidental ha oscilado entre el triunfalismo vacío y el alarmismo mediático. Pero la realidad en el terreno es indiscutible, la Federación rusa ha logrado consolidar su presencia en cuatro regiones de Ucrania (Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón), al tiempo que avanza en otras dos (Járkov y Sumy), sin contar Crimea (adherida a la Federación por medio de un referéndum, realizado el 16 de marzo de 2014); mientras que la OTAN, lejos de presentar una estrategia coherente, se hunde en contradicciones internas, desgaste diplomático, operaciones terroristas y una dependencia patológica del poder declinante de Washington.

Las regiones de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón han dejado de ser zonas "en disputa" para convertirse en territorios bajo la istración rusa, que comienzan a mostrar signos de integración económica, política y social.

Las autoridades occidentales se niegan a reconocer esta realidad, prefiriendo insistir en una supuesta "ocupación ilegal", mientras en el terreno se erigen estructuras istrativas, se entregan pasaportes de forma masiva, se establece la implementación del rublo como moneda oficial, se aperturan sucursales bancarias rusas y se reorganiza el aparato educativo, judicial y sanitario. Son hechos verificables a nivel social; una parte significativa de la población ha optado por la normalización de su situación bajo el amparo ruso. Esto no solo refuerza el control efectivo de Moscú en las regiones, sino que desactiva el discurso ucraniano sobre una "resistencia popular" generalizada. La apuesta rusa por una estrategia de integración progresiva y de bajo perfil mediático ha tenido más éxito que cualquier ofensiva relámpago u operación militar de "golpe bajo" en los espacios civiles de Rusia. Esta consolidación territorial no sólo representa una derrota simbólica para Kiev, sino que evidencia el fracaso absoluto de la contraofensiva de verano impulsada por la OTAN y financiada por miles de millones de dólares que, en última instancia, solo han servido para prolongar el sufrimiento civil y alimentar una guerra proxy prefabricada sin horizonte de victoria.

A lo largo del último año, las fuerzas armadas rusas han adoptado una estrategia de desgaste sostenido que ha rendido frutos. Las avanzadas en Avdiivka, Krasnohorivka, Bakhmut y Chasiv Yar han tenido un impacto estratégico mayor al que los medios occidentales se atreven a itir. Estas ofensivas, que han obligado al ejército ucraniano a replegarse constantemente desde las zonas fortificadas, confirman que la iniciativa táctica está del lado ruso. Mientras tanto, Ucrania se enfrenta a un agotamiento cada vez más profundo de recursos humanos y materiales. Las levas forzadas, el desgaste moral y la imposibilidad de mantener líneas logísticas estables hacen que cada metro ganado por Rusia cuente no solo en el plano territorial, sino también en el psicológico.

En los últimos meses, las fuerzas armadas rusas han logrado importantes avances en el frente. Localidades como Andriivka y Novopil han sido tomadas, demostrando la eficacia de una estrategia que apuesta por el atrincheramiento y el ataque selectivo de objetivos militares y logísticos que aceleran el desmoronamiento de la capacidad de la OTAN, evitando a su vez un mayor daño colateral o un barrido masivo de la población como sí lo lleva a cabo Israel en la franja de Gaza.

Estas ganancias, aunque lentas, tienen un valor estratégico crucial: controlan corredores logísticos, extenúan las reservas ucranianas y consolidan una franja geográfica que conecta directamente el Dombás con Crimea. Esta continuidad territorial es vital para Moscú y representa un golpe letal a las aspiraciones de la OTAN en Kiev, quien pretende recuperar el terreno perdido.

Tal como anticipé en el artículo Ucrania: Escalada y fin de la OTAN, las incursiones ucranianas en territorio ruso, especialmente en Belgorod y Kursk, no lograron más que escalar el conflicto sin alterar su curso fundamental. Lejos de causar un giro estratégico, estas acciones han provocado una mayor legitimación interna del Kremlin para la intensificación de las medidas, quien ajusta su postura militar, pasando de la contención de las líneas del frente a una ofensiva más decidida (que alcanza la retaguardia), respaldada ahora por un consenso social más robusto y un frente diplomático en expansión, con países como China, India e Irán.

En el ajedrez geopolítico, estas provocaciones no fueron movimientos audaces, sino errores desesperados, que han debilitado aún más la imagen de Ucrania como un actor racional. Estas operaciones no han logrado efectos militares significativos, y sí han alimentado el argumento de una Ucrania neonazi y terrorista, respaldada por potencias extranjeras. Desde el punto de vista logístico, estas incursiones han significado un uso irracional de recursos ya de por sí escasos, desviando fuerzas que podrían haber sido utilizadas en la defensa de puntos estratégicos. Además, han provocado un aumento de las bajas humanas: una carnicería innecesaria; que ha fortalecido el apoyo de la población rusa en territorio ucraniano hacia el Kremlin y su operación militar, algo que Occidente subestimó gravemente.

Los recientes ataques terroristas ucranianos contra las vías férreas y puentes de Briansk y Kursk, llevados a cabo el domingo 01 de junio, han dejando un tren descarrilado, más de setenta heridos (entre ellos niños) y siete víctimas fatales, todos ellos civiles. De forma simultánea se ejecutó una operación encubierta en las profundidades del territorio ruso, un ataque con 117 drones FPV conducidos a los aeródromos militares de Murmansk, Irkutsk, Ivanovo, Riazán y Amur, usando los satélites Starlink de Elon Musk y dejando cinco bombarderos Tupolev Tu-75 afectados, dos de ellos totalmente destruidos; lo que supone casi un 4% de la flota estratégica rusa inutilizada. Inmediatamente se bombardeaba la región de Belgorod resultando en un civil fallecido. Estas operaciones de la OTAN han sido asumidas forzosamente por el propio Zelensky, siendo que con esta jornada y el infructuoso ataque al puente de Crimea este 03 de junio, han cruzado el umbral que el Kremlin estaba dispuesto a tolerar. Los ataques buscaban socavar las negociaciones de Estambul, que como era de esperarse se han llevado a cabo sin mayores avances. Todo apunta a que la respuesta de Rusia será masiva, contundente y posiblemente decisiva. Las líneas rojas se han desvanecido por la presión constante de los países de la OTAN, y Moscú se ve obligado a dejar de hablar en términos defensivos para asumir abiertamente el papel de una potencia mundial que no permitirá más agresiones impunes en su territorio.

Desde hace algunos meses se vienen gestando ataques desde territorio ucraniano con armamento suministrado por la OTAN, incluyendo drones y misiles de largo alcance, contra instalaciones militares, civiles e industriales en territorio ruso y con participación de los operadores técnicos y agencias de espionaje Inglesas, alemanas, polacas, sas y norteamericanas, marcando una escalada sin precedentes, es decir, lejos de limitarse al campo de batalla en Ucrania, el conflicto ahora se proyecta directamente sobre suelo ruso, lo que redimensiona radicalmente el marco estratégico de la guerra.

El rol del Reino Unido, particularmente en los ataques a refinerías y centros industriales en territorio ruso, representa un punto de inflexión. Londres no solo ha suministrado inteligencia, sino que ha estado involucrado en la planificación táctica de algunas de estas operaciones. Haciendo publica recientemente su preparación para participar de manera directa en el conflicto. Esto pone a la OTAN en una situación crítica: o reconoce su participación directa en un conflicto con una potencia nuclear, o acepta su impotencia frente a las acciones unilaterales de algunos de sus . En ambos casos, la cohesión de la alianza queda severamente comprometida. La posición británica ha actuado como un catalizador para la descomposición interna de la OTAN, empujando a otros países europeos a replantearse su nivel de intervención.

La OTAN ha venido ignorando los síntomas de su fracaso en territorio ucraniano y se aventura a escalar un conflicto con la intención de propinarle golpes sensibles a la Federación Rusa; a su sistema de defensa contra ataques nucleares, a sus satélites, a su industria militar, a sus centros políticos y civiles, a su fuerza aérea, procurando un notable debilitamiento ante una posible confrontación directa. Pero hay al menos tres razones por lo cual no sería posible la consumación de ese nefasto plan. La primera de las razones es que Rusia está ganando el conflicto; los aventaja en posicionamiento militar y ha adaptado su esquema y método a una guerra de largo aliento donde preserva la mayoría de su ejército en reserva, mientras capta y forma a nuevos voluntarios, permitiendo que su industria militar ensaye armas de avanzada y produzca a un paso veloz el armamento que necesita, es decir, Rusia también ha estado preparándose para la escalada que propone la OTAN y tiene una mejor posición, aunque a la vez evite caer en su juego. Como segundo planteamiento tenemos que Rusia ha dicho en reiteradas oportunidades que la entrada directa de la OTAN en el conflicto supondrá el uso de armamento nuclear estratégico y una posible conflagración mundial, puesto que no es posible luchar con todos los países OTAN en un esquema de guerra tradicional en igualdad de condiciones; y por último, la OTAN ignora o silencia ante el mundo la realidad geopolítica actual donde las grandes potencias se han posicionado como bloques de poder y los aliados de Rusia (Irán, China, etc), ya se han volcado a sostener su participación en la guerra, entendiendo que de Rusia depende en gran medida el debilitamiento de su principal agresor, los EEUU.

En este contexto, la prolongación del conflicto sólo acelera el destino que Occidente ha tratado de evitar desde el colapso del bloque soviético: el resurgimiento de una Rusia fuerte, soberana y geopolíticamente relevante en un sistema internacional que ya no gira en torno a Washington y donde la multipolaridad como alternativa al poder hegemónico de Occidente puja por un rol protagónico. La respuesta de Moscú no se ha hecho esperar: han aumentado los bombardeos de precisión, los ataques a infraestructuras críticas de Ucrania, y el despliegue de sistemas móviles con capacidad hipersónica en regiones cercanas al conflicto. La doctrina militar rusa contempla este tipo de ataques como herramientas ante la escalada, y no es descartable que estemos ante los preámbulos de una operación de mayor envergadura.

La guerra en Europa ha sido, y seguirá siendo, el catalizador del reordenamiento global. Ucrania, como Estado soberano, se disuelve ante la pérdida de su soberanía, la dependencia total del capital occidental y la fragmentación territorial. Ya no es más un país, sino una trinchera geopolítica utilizada por Washington y Bruselas para frenar, sin éxito, el avance del nuevo orden multipolar. La OTAN, por su parte, entra en una fase agónica. Su incapacidad de ofrecer soluciones reales, su subordinación total a EEUU, y su participación directa en una guerra que no puede ganar, la convierten en una estructura vacía, que lentamente perderá su razón de ser. Y finalmente, el imperio estadounidense, como Troya, ha abierto sus puertas al caballo movido por su propia arrogancia. Su declive no es solo militar, sino moral, cultural, social y económico. El mundo multipolar ya no es una aspiración: es una emergencia geopolítica que se impone con hechos, no con discursos. El fin del orden unipolar no será televisado, pero está en marcha. Y en el horizonte, se perfila un nuevo equilibrio de poder que nacerá, inevitablemente, sobre las ruinas del imperio moribundo.

 

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