Los Ángeles es la segunda ciudad más poblada de los Estados Unidos después de Nueva York. California, por su lado, es el estado más rico de ese país, con el mayor PIB (3.8 billones de dólares). Los Ángeles está en California, lo cual conjuga riqueza con una eventual fuerza poblacional, rasgos que, virtualmente, realzarían una solvente personalidad de cara a una posible autonomía más allá del federalismo. 371947
De hecho, existe en ese estado ex mexicano una organización independentista llamada Calexit, misma que acaba de obtener la autorización de la Secretaría de Estado californiano para instrumentar una consulta de independencia en las próximas elecciones de 2028. En caso de una eventual secesión, California se convertiría en la quinta economía del mundo, mermando en un 14% el PIB global estadounidense.
A este entramado tan delicado, enmarañado con juncos independentistas (ya hubo una vez durante ciento y pico días una República de California) y una alta autoestima autonómica, vino a parar el alucinante Donald Trump con sus ínfulas de dominio imperial y política antiinmigratoria. Lógicamente, el emperador se dio un porrazo en la frente, como cupo esperar.
California es un emporio de inmigrantes, cifrado en casi 11 millones de personas, el 22% del total inmigratorio del país. Un detalle escandaloso pinta una pared de rojo para que Trump golpee su sesera: el 30% de la población californiana nació en el extranjero, de manera que podría lucir ridículamente locuaz predicar una doctrina antiinmigratoria en un estado que precisamente se debe a la sangre alienígena.
A no dudar, el presidente no se asesoró sobre su propio país. Equivocó el sitio para explayar su vanidosa espectacularidad. Los Ángeles al momento es una ciudad caos, con una población enervada, bajo toque de queda, saqueada, custodiada por guardias nacionales y marines, ofreciendo una función confrontativa entre un gobernador, una alcaldesa y su inefable presidente.
Si los secesionistas logran reunir 530 mil afectos antes del 25 de julio próximo para impulsar el referendo sobre una California independiente, el comportamiento de Trump como factor precipitante sería, francamente, una irresponsabilidad con el sentido integracionista estadounidense. Una brillante brutalidad.
Por supuesto, desde el punto de vista etnopolítico, todos esos detenidos en los motines, molestos con el gobierno federal, son unos perfectos “animales” y “enemigos”, como calificó Trump, merecedores de cárcel, en nada parecido a los detenidos en otras latitudes, como Venezuela, por ejemplo, donde los bichos son “presos políticos” torturados por un “régimen”.