La historia reciente de Venezuela no puede comprenderse sin analizar el papel central que han asumido las Fuerzas Armadas en la vida política y social del país. Desde la llegada de Hugo Chávez al poder, la revolución bolivariana ha redefinido la relación entre lo militar y lo civil, instalando a los uniformados como actores fundamentales del proyecto revolucionario. A diferencia de la corriente liberal que dictamina para los militares un papel estrictamente apolítico y sumiso al ámbito civil, Chávez los concibió como una parte intrínseca del poder político del Estado y los defensores esenciales de la revolución. Bajo esta visión, los soldados debían ser políticos, partícipes activos de los destinos nacionales, y no simples ejecutores de órdenes. 1d3v4k
Este cambio de paradigma no fue menor. Supuso una transformación institucional y doctrinaria profunda, acompañada de purgas internas para apartar a quienes no compartían la nueva orientación. El apartidismo, interpretado como una separación de las estructuras políticas tradicionales, no implicaba de ninguna manera una pasividad frente a los asuntos que conciernen a la comunidad. Por el contrario, se esperaba de los militares una participación comprometida en la defensa del bienestar colectivo, especialmente frente a la desigualdad social y la opresión de las mayorías. Así, la salvaguarda de la dignidad humana y la promoción de la justicia social se erigieron como razones de peso que legitimaron la acción militar dentro de la esfera pública.
Desde esa perspectiva, la Constitución Bolivariana de Venezuela de 1999 representó un momento transformador. Eliminó el carácter no deliberante y apolítico que consagraba la Carta Magna de 1961, permitiendo a los militares deliberar sobre las políticas del Estado y participar activamente en la vida política, incluso mediante el voto. La promoción de los altos mandos militares pasó a ser competencia exclusiva del presidente de la República, reforzando el vínculo entre el poder militar y el ejecutivo.
Sin embargo, la profundización de este modelo llegó en 2008, cuando Hugo Chávez promulgó la nueva Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (LOFANB). Esta ley, reformada varias veces por decreto presidencial, incorporó el término "bolivariana" y definió a la Fuerza Armada como un cuerpo patriótico, popular y antiimperialista. Además, introdujo la Milicia Nacional Bolivariana, un componente que, más allá de complementar a las fuerzas tradicionales, dependía directamente del presidente y tenía atribuciones en el mantenimiento del orden interno.
La seguridad nacional, bajo esta nueva doctrina, se concibió como un concepto integral que abarca lo económico, social, político, cultural y ambiental. Los militares, amparados en esta visión ampliada, extendieron su influencia a casi todos los ámbitos de la vida nacional, ejerciendo simultáneamente autoridad civil y militar. Esta hibridación de roles se ha acentuado durante el gobierno de Nicolás Maduro, permitiendo a los uniformados intervenir en la istración pública sin perder sus prerrogativas castrenses.
Asimismo, la participación militar en la formulación y ejecución de políticas públicas se institucionalizó a través de las llamadas "misiones sociales". Desde el Plan Bolívar 2000 hasta la Gran Misión Abastecimiento Soberano y Seguro, los militares han sido protagonistas en la distribución de alimentos, la gestión de programas sociales y la istración de recursos estratégicos. Paralelamente, la militarización de la sociedad se ha consolidado mediante la corresponsabilidad entre civiles y Estado en la defensa nacional, involucrando a la Milicia Bolivariana en tareas que van desde la seguridad electoral hasta la capacitación de las comunas.
En ese sentido, la Milicia Bolivariana, revitalizada por la visión del presidente Nicolás Maduro, ha evolucionado para ser mucho más que una fuerza auxiliar; hoy es una extensión operativa y política vital de la República. Su presencia se ha vuelto parte integral de la dinámica social, su compromiso con la defensa de los logros revolucionarios es innegable, y su trabajo en la seguridad interna la ha convertido en un soporte esencial del entramado de poder venezolano. Como bien lo ha manifestado el ministro de la Defensa, G/J Vladimir Padrino, la milicia es el reflejo de la conexión profunda entre la gente y su Fuerza Armada, transformándose en una "pieza estratégica" y el auténtico espíritu del "pueblo en armas".
Finalmente, en Venezuela, la unión cívico-militar y la deliberación política de la Fuerza Armada no son una anomalía, sino una respuesta creativa y comprometida a los retos de la historia. Este camino, donde el pueblo y sus fuerzas armadas caminan juntos, fortalece la institucionalidad, protege la soberanía y garantiza que la voz de las mayorías nunca vuelva a ser ignorada.