Tradiciones que nos pesan en el lomo 3v6s2s

Se puede decir que había tres cosas que disgustaban muchísimo a Marx, y le producían dolores estomacales y s de mal humor que Jenny apenas soportaba: las chapucerías filosóficas y económicas de Proudhom, Bakunin y demás rivales de la Primera Internacional, quienes no habían sabido aprovechar su magisterio sobre Hegel, Ricardo y Smith; segundo, la insistencia del casero y los cobradores justo cuando Friedrich se retrasaba en pasarle la "ayudita" y, encima, no le pagaban los jefes de redacción de las revistas uno que otro tigrito en los cuales, neurótico obsesivo como era, invertía muchas horas de lectura y escritura. En tercer lugar, le sacaba mucho la piedra los representantes de esa tendencia de la historia, más persistente que la lucha de clases, por la cual ella se burlaba de sí misma, repitiendo las tragedias, pero como comedias. El mal humor se hacía acidez estomacal justo cuando los supuestos protagonistas de algo nuevo se disfrazaban de viejos próceres, a causa de ese peso formidable que oprime nuestras cabezas: las tradiciones. 4v1142

Era difícil de aceptar para él, lo que se aclaró en el siglo XX, Gadamer mediante, que las culturas son un cúmulo de tradiciones de las cuales se desprenden los prejuicios, imprescindibles para poder interpretar o dar sentido, a lo que tratamos de comprender. En otras palabras, la cultura está hecha de tradiciones y prejuicios, incluido el prejuicio contra el prejuicio, propio de una mentalidad cientificista y moderna como la de Marx. Las tradiciones presentan los hechos y procesos históricos como las olas que vienen y se van, como oscilaciones de un péndulo terrible, como ciclos; pero siempre con un tonito jodedor, antipático o irónico. Por eso, el amigo Karl estallaba de mal humor en su "18 Brumario" cuando describía a un protopopulista del siglo XIX, sobrino de Napoleón Bonaparte para peor, que reproducía el boato y la ostentación de su tío, dejando ver las patas del caballo: las derrotas sucesivas del proletariado, de la burguesía, la pequeña burguesía, hasta que el lumpen, el malandraje, tomó el poder en la Francia de los setenta del siglo antepasado. En uno de esos s de mal humor y acidez, seguro, hizo Karl el bodrio ese acerca de Bolívar, atribuyéndole, incluso, a este, rasgos del sobrino de Napoleón. Pero esa es otra historia.

Aquí en Venezuela, hay básicamente dos tradiciones políticas que, simplificando muchísimo el asunto, se enfrentan, se mezclan, se yuxtaponen: de un lado, el autoritarismo caudillista, violento, arbitrario, burdo, criminal, etc. Del otro, el civismo que nació desde la Colonia en los municipios, floreció en el republicanismo de la guerra de independencia, en los Partidos democráticos hacia la tercera década del siglo XX, en los cuarenta años de democracia representativa y que, hoy, pugna por defender las garantías democráticas de la Constitución.

Por supuesto, esa dialéctica de los disfraces, los maquillajes y las máscaras es compleja y produce también esperpentos y fealdades. Las contradicciones no solo se declaran la guerra, sino que, muchas veces, se disfrazan del contrario, se complementan, buscan el equilibrio y el desequilibrio, etc. Por ejemplo: ese planteamiento del "Poder Comunal" que ahora agita demagógicamente el mismo gobierno que intervino los consejos comunales, que convirtió en funcionarios del estado a militantes de base de un Partido, que ejerce una vigilancia abusiva con listas de vecinos con todos los datos vitales y gustos políticos para ver cómo se les coacciona el voto, proviene, mal que bien, de la tradición municipalista que Augusto Mijares enfrentaba precisamente al autoritarismo con bases "científicas" de Vallenilla Lanz. De hecho, el término "Comuna" significa originalmente lo mismo que municipio. Claro, a los izquierdozos les hace eco con la "comuna de París", que no significa otra cosa que la municipalidad de París; pero con un lustre revolucionario que, por cierto, de algún modo, lo tiene en nuestra historia. Fue en un cabildo donde hubo uno de los primeros gestos del mantuanaje para sacudirse el poder imperial español el 19 de abril de 1810. Los intentos de hacer más eficiente y legítimo (gobernable) al Estado venezolano durante la década de los 80, fue el de la transferencia de competencias y recursos a los municipios y gobernaciones; la misma orientación de darle más poder directo al pueblo que está en el artículo 70 donde se prevén las asambleas de ciudadanos, cabildos y demás formas de participación. Por eso, y por muchas otras cosas, no hace falta ninguna reforma, sino cumplir con la Constitución. Pero sigamos.

Las tradiciones de caudillismo, arbitrariedad y violencia criminal han servido para justificar tesis como la del "Gendarme Necesario" que sirvió de fundamento ideológico, con ropaje de sociología "científica", a la dictadura gomecista y, en general, a todos los desmanes de los jefesotes, dictadores, caudillos, comandantes, generales, que, a lo largo de nuestra historia, han mandado y no gobernado, han hecho valer brutalmente su voluntad a la fuerza, disfrazándose de héroes de la Patria, lo cual daba una natural arrechera como al viejo Karl. La tradición viene desde la Conquista, según el historiador Elías Pino, y tiene que ver con las maneras arbitrarias, violentas, de los conquistadores, unos aventureros a cuenta propia que no le paraban demasiado a las normas que, en vano, trataban de establecer algún orden en aquella carnicería. De esa estirpe de malandros invasores, surgió el mantuanaje, pero también las maneras de esos pardos que practicaron, efectivamente, el abigeato, el pillaje, las violaciones y el saqueo de la guerra civil que, en la práctica, se desarrolló antes, durante y después de la Independencia. Creían justificar su poder arbitrario y rapaz en sus méritos personales, en su "valentía", cuando dirigían aquellas matanzas, que se continuaron durante todo el siglo XIX y más allá.

De modo que sí, estimado profesor Mires, viejo cascarrabias como Marx (bueno; salvando las autoridades y abrumadoras distancias que del uno al otro hay), en nuestra historia las escenas los ropajes, las actitudes, la grandilocuencia (que no retórica, porque no convencen) parecen repetirse. Ya ha habido muchas circunstancias igualitas: una dictadura usurpadora, violadora de los derechos humanos, que, por cosa de teatro o farsa, trata de legitimarse con una apariencia "democrática" que siempre deja a la vista las patas al caballo, como en las próximas elecciones simuladas con el mismo "árbitro" que se las robó el 28 de julio pasado.

Ahora bien, aplicando un poco de sociología, creo que esos ciclos se deben a una cuestión estructural: en el caso de la actualidad política venezolana, al hecho de una gran asimetría de poder de fuego, de arbitrariedad, de fuerza, prisión y desapariciones, entre una mayoría desarmada, civil, deseoso de democracia, sufriente de la destrucción de la salud, la educación y todas las instituciones, y una pandilla de seis jefes de policías y tropas armadas, de burócratas y bolichicos, politiqueros y un cada vez más mermado séquito de devotos ingenuos. En fin, hay una asimetría estructural entre los portadores de esas contradictorias tradiciones civilistas y caudillistas.

Por eso, nos entró un fresquito cuando las guacamayas salieron volando. Nos dio risa, antídoto contra la acidez marxista, cuando salió el Ramiro de Orco criollo (Nicolás y el caso de Ramiro de Orco - Por: Jesús Puerta), más enredado que un kilo de estopa, anunciando allanamientos y detenciones a propósito de lo que él (y una vergonzosa lista de palangiristas) dice fue un acuerdo "de alto nivel". O sea, detienen a los que ejecutaron lo que sus jefes habían acordado, retienen al fin un vehículo utilizado en el cumplimiento de un acuerdo al que sus jefes llegaron. De verdad, el bálsamo del ridículo a veces alivia, Karl. Mejor hubiesen puesto a Jorge a aclarar, con todos sus recursos de psiquiatra, y no a este tipo, que lo que hace es oscurecer cada vez que aclara. La estructura parece resquebrajarse. Parece que ya no habrá repetición.



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