Eduardo Irastorza, profesor OBS Business School, resalta el carácter simbólico y político de la decisión de Mertz, interpretándola como un gesto desesperado por parte de Alemania para marcar una nueva etapa en su política exterior y de defensa. Para Irastorza, esta autorización no solo amenaza con dinamitar cualquier posibilidad de una solución política, sino que implica una redefinición de Alemania como potencia militar, quizás incluso con ambiciones nucleares.
Juan Solaeche-Jaureguizar y Bielsa, rector de Sociedad de Estudios Internacionales, ofrece una visión muy pragmática y sombría. Considera que las recientes decisiones políticas son más una representación de cara a la opinión pública que medidas efectivas. Subraya la incapacidad actual de Europa para afrontar una guerra de gran escala: sin reservas de munición, con infraestructuras militares desfasadas, y con unas fuerzas armadas profesionales pequeñas y desentrenadas para un conflicto de esta magnitud. Frente a la disciplina, la cultura bélica y la movilización masiva de Rusia, Europa aparece, según él, débil, desorganizada y sin voluntad real de involucrarse directamente.
Adrián Zelaia, Presidente de EKAI Group, enmarca la agresividad creciente de la política alemana en una dinámica de supervivencia de las élites económicas y financieras que, ante el avance de Rusia y el declive de su hegemonía global, se sienten acorraladas. Zelaia sugiere que estas decisiones no tienen sentido desde una lógica nacional o defensiva, sino que obedecen a intereses corporativos internacionales que ven en el conflicto una batalla existencial por el control del sistema. Vincula esta estrategia con paralelismos inquietantes a la Alemania de los años 30, especialmente por el recurso al rearme como salida económica ante la crisis industrial y de legitimidad del sistema político europeo.
