Ochenta años desde que empezó todo 5f4q53

Hoy diez de junio, pero en el año mil novecientos cuarenta y cinco, se casaron mis padres en un pueblito del sur de Italia. Recién había acabado la Segunda Guerra Mundial, que para Italia se celebra el veinticinco de abril. Mi padre, que desde mil novecientos treinta y ocho estaba haciendo el servicio militar, permaneció todos esos años como marinero profesional de máquinas, enfrentando la muerte a diario. 6n2wh

Sirviendo todavía a los aliados americanos en esa zona de la Campania, región donde había nacido, conoció una chica hermosa, la más bella del pueblo, con la que finalmente se casó. Una pareja linda, él con veinte siete años ella casi cumpliendo los veinte, unieron sus destinos.

Época muy difícil a pesar de la alegría del fin del desastre en que caería la humanidad por aquellos tiempos. Ahora, nuevamente, por ahí en Europa están en lo mismo, sin recordar siquiera que juraron "nunca más". Recuerdo los cuentos de mi madre, el ansia por comer un pedacito de pan duro. Tal como está ocurriendo ahora mismo en Gaza, donde lo peor se repite esta vez sin excusa alguna.

Trato de imaginarme esa joven bella, hacendosa, pueblerina, pensando en ese joven que la quería. La imagino asustada, nerviosa, inquieta, ilusionada, pensando en ser la cenicienta que escogió ese príncipe que incluso los pueblerinos envidiosos llamaban l´ inglese.

Ella vistiendo un vestido de novia que había sido el de su hermana mayor unos meses antes. Ella debiendo dejar a su familia, su entorno, su seguridad toda para irse con un hombre que apenas conocía. Esa joven que nunca imaginaría que iría para otro continente y moriría en Venezuela. Esa jovencita virgen, aterrorizada de lo que podría ser la primera noche, ella que no sabía nada de eso, que no había escuchado a madre ni hermanas explicarle sobre el sublimo acto de perder la virginidad. Dejar de ser virgen. La madre de Dios. Degradarse, caer a otro nivel, en ese siglo veinte donde todo estaba aún por escribirse.

También trato de imaginarme a un joven enamorado, prendido, ilusionado más bien, conociendo y consiguiendo a la más bella del pueblo. A esa chica inocente con cara de ángel. Orgulloso, lleno de impulso vital, con miles de esperanzas de una vida mejor a la que acaba de vivir, en plena juventud.

Apreciados lectores, eso fue un día como hoy, diez de junio, pero hace exactamente ochenta años.

Vino la migración, el querer buscar nuevos horizontes porque los de ahí estaba quemándose todavía, con la pobreza extrema que ahuyentaba, asustaba y hacía hasta llorar. Y los aliados le habían hablado de América, la maravillosa, aunque todavía no llamaban el sueño americano, pero sí lo que no era un sueño, sino la abundancia, el orden, la seguridad, la vida.

Por suerte a ese joven no le agradó Houston y salió corriendo para otros lares, para Puerto Cabello, pasando por Cuba y hasta Jamaica.

Por dicha nací en Venezuela, tierra de Libertadores, tierra sana, radiante, esplendorosa, todavía virgen a pesar de la conquista española y del genocidio, consciente o no (para darle un muy pequeño beneficio de la duda) renaciendo de entre las cenizas. Y mi padre contribuyó a ello.

De mecánico naval se convirtió en un eficiente constructor de edificios, esos que se necesitaban por montón en la Caracas de entonces. Y yo, engendrada en Nápoles vi la luz venezolana, la radiante, clara, diáfana, la luz que enamoró a Reverón, que me acogía amorosamente. A mis hermanos también, todavía afortunada me acompaña mi hermano menor que nació con el primer parto sin dolor que le aplicaron a la más bella del pueblo, luego de tres partos muy sufridos. Sufridos no solo por las contracciones que traerán la vida sino por la ausencia de seres queridos a su lado, su madre, sus hermanas, para sostenerle la mano, ahí en esos momentos, y durante todo su corto trayecto.

Apreciados lectores, un día como hoy me conmueve, me entristece, me trae la nostalgia de no tener cerca a mis progenitores. Me recuerda que hace treinta años, le celebramos en mi casa, sus bodas de oro. Al estilo italiano, con misa, el ave maría y también guitarra y acordeón. Fue un día feliz, a pesar de que ya el joven que llamaban l´inglese, aún joven, estaba deteriorado, cansado de tanto andar, de tanto hacer, de tanto, incluso, perder. Orgulloso de sus obras que todavía se muestran altas, gallardas, con la altivez de ser bellas. Orgulloso de sus hijos que lograron estudiar mientras él sudaba desde la madrugada y nuestra madre nos asistía a todos primorosamente.

Espero que donde esté también pueda sentirse orgulloso de su hija quien acaba de finalizar un libro biográfico - que saldrá a la luz en breve- sobre su gran hazaña acompañado por la joven más bella del pueblo. Para la historia, por justicia y agradecimiento.

Un libro para que los hechos no se pierdan, no queden en el olvido y permanezcan en negro sobre blanco, además de los ladrillos sobre ladrillos que construyó con ahínco, entregando todo su ser. Para nosotros sus hijos, para Venezuela.



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Flavia Riggione 3t514p

Profesora e investigadora (J) Titular de la UCV.

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