Es ya demasiado frecuente, como un lugar común que, desde distintos bandos opositores, se acuse al gobierno de autoritario, hay quienes hasta le llaman dictadura. 4j694l
Esas definiciones suelen hacerse al voleo, sin que emerjan de un estudio detallado, juicioso de las circunstancias. En la década del sesenta, desde la izquierda, una que se había declarado en guerra contra el gobierno, le llamábamos de la misma manera, dictadura. Tal sentencia estaba determinada en la política represiva del mismo destinada a responder a quienes le combatían apelando a medios ajenos a la legalidad. Por supuesto, eso no niega que, el Betancourismo y sus predecesores, sobre todo Leoni, se excedieron, como llegar a la tortura, secuestro, asesinatos, como el del profesor Lovera y los lanzado desde helicópteros, como sucedió con el de Víctor Soto Rojas y desapariciones como la de mi amigo Bartolomé Vielma Hernández, de quien aun nada se sabe. Tampoco que Betancourt, dada la declaración de guerra, con razón, declaró ilegales a los partidos que eso asumieron y a sus parlamentarios se les allanó la inmunidad.
Por ese cuadro, desde la izquierda hablamos de dictadura, pero los partidarios del gobierno y "sus alacranes", porque pareciera que en aquel tiempo también los hubo, siguieron hablando de democracia y la vida continuó, hasta que, llegada casi la mitad de la década del 70, los ilegales retornamos a la vida y asumimos la democracia la misma de ellos. Un reconocimiento no declarado, que habíamos fracasado.
Mientras todo eso sucedía, el sistema de gobierno que, en buena medida sigue siendo el mismo, se cuidó de mantener el centralismo, pese el liderazgo regional tenía cierto respaldo y derechos, dados los partidos todos, incluyendo el PCV, habían adoptado el centralismo democrático; un modelo que da a las regiones y la gente ciertos derechos, pero "a la hora de las chiquiticas", se decide en el contubernio de la alta dirección, el centro, el vanguardismo. Por eso Chávez habló de lo "participativo y protagónico".
De ese centralismo se valió Betancourt, para consolidar un modelo que ya existía; uno donde la inversión se hacía en determinados sitios, donde conviniese a quienes tuviesen a los capitales, aunque estos proviniesen de préstamos del mismo gobierno. Betancourt, por lo acordado con su amigo del alma, Nelson Rockefeller, impuso lo que se llamó la economía de puertos. Una donde los capitales que empezaron a llegar en abundancia desde donde estuviesen depositados, se invirtieron en zonas cercanas a determinados puertos, sobre todo La Guaira y Puerto Cabello. Pues, el modelo demandaba que, en esos espacios, se concentrase más la población y con ella abundante mano de obra, una para pagarle bajos salarios y la otra, ociosa, de repuesto, sin costo alguno. Por supuesto, ese centralismo ya estaba en marcha desde que se consolidó la independencia. Por ello aquel intento de cambio fracasado, llamado Revolución Federal.
En realidad, la tendencia a la inversión en el área central, sobre todo en Caracas y sus alrededores, Estados vecinos, ya era de vieja data, por lo que los provincianos, desde los tiempos de Gómez, desde pasada la adolescencia, fijaban rumbo a Caracas, por que se decía "En Caracas, jodío, pero contento". Y la gaita zuliana se quejaba que "Maracaibo ha dado tanto…".
Ese centralismo mató la dirigencia regional, tanto que a la "vuelta de la democracia", caído Pérez Jiménez, los partidos todos, se cuidaron que Caracas decidiese todo, la inversión de los capitales y la dirigencia o liderazgo. Tanto que los gobernadores de Estado, funcionarios cercanos a este, los mandaban de Caracas y de la misma manera se procedía al escoger los diputados y senadores.
Pero con el retorno a la legalidad de los partidos que se fueron a las guerrillas a matar serpientes y aplastar mosquitos, las luchas internas de los partidos todos, la identificación de los individuos con lo regional, comenzó a producirse un cambio. Recuerdo como Teodoro Petkof, la noche que nos conocimos y hablamos en el Colegio de Periodistas de Barcelona, hablando del tema del centralismo, me dijo, "mucha gente no se da cuenta que Venezuela se ha igualado". Quiso decir que no era verdad aquello de "Caracas es Caracas y lo demás monte y culebra".
Hay un hecho aislado, muy importante, que le llamo aislado porque no supe que, en ese tiempo, eso se manifestase en otro espacio, que vale la pena recordar como una manifestación de toma de conciencia de las clases dirigentes regionales.
Electo senador por el Estado Anzoátegui, creo si mi memoria no me falla, por el partido Copei, el empresario anzoatiguense, pero nacido en el Estado Sucre, Humberto Moya Meneses, propuso algo como insólito, pues se salía de lo impuesto por el modelo, a lo que de inmediato, siendo este servidor columnista de diarios regionales, le manifesté mi apoyo. Propuso que todos los parlamentarios del Estado Anzoátegui, sin importar militancia o pertenencia política, formasen un bloque, para solicitar al poder central, apoyo financiero para los proyectos económicos que aquí se propusiesen. Propuse que extendiese tal propuesta a toda la región oriental. Supe, en conversación con alguien muy cercano a él, que había acogido mi propuesta y en su momento la hizo. Por supuesto, el centralismo que era y es inherente no solo a los grandes capitalistas de Venezuela sino a los gobernantes e inversionistas extranjeros, se ocuparon de que aquello no tuviera eco.
De manera, como lo muestra lo anterior, el centralismo que, es inherente a lo económico, la autoridad, del Estado y los partidos, lo es a todas las tendencias existentes en Venezuela.
El PSUV estampó en sus estatutos lo relativo a la cooptación, que da derecho a la dirigencia escoger sin participación de la militancia a dirigentes y representantes en los organismos del Estado; es decir, legalizó una práctica que hacen todos los partidos, sin excepción alguna, valiéndose de lo que ellos llaman "centralismo democrático". La dirigencia de ese partido se vio obligada a incluir ese principio en los estatutos, de manera explícita, porque en el MVR, se estaba obligado a hacerlo mediante elecciones donde participaba toda la militancia. Y lo que comenzó por ser una opción emergente, muy sustantiva, como debía esperar cualquier sensato, se volvió regla general y determinante. Y conste, que quede claro, el PSUV, hace lo mismo que los demás partidos. Es una regla común a todos. Ningún partido, menos militante o dirigente de ellos, tiene autoridad moral para criticar al PSUV dado que ellos hacen lo mismo.
Esta opción, está en perfecta coherencia con el centralismo que, además, prevalece en todos los partidos. Aquel que eso critique o juzgue impertinente, estaría como escupiendo para arriba.
Además, el centralismo democrático y la cooptación, que forman parte de lo mismo, están en correspondencia con el centralismo; el dominio de un factor del capital y clase política.
La tendencia a la descentralización y la apertura de posibilidades de las regiones para ejercer sus derechos, hacer sus reclamos, alcanzar sus conquistas, que comenzó a manifestarse, entre otras cosas, con la elección de gobernadores, donde se ponía cuidado en escoger candidatos con arraigo en la comunidad y olvidar aquello que se llamaba el "paracaidismo", para calificar a candidatos enviados de fuera, se detuvo. Y en esto, la responsabilidad, es inherente a todas las fuerzas y tendencias existentes en todos los partidos, sin excepción, favorables al centralismo que volvieron a tomar el control. Y cuando hablo de candidatos de fuera, me refiero a aquellos que, no sólo no son habitantes verdaderos de las comunidades donde esperan gobernar, sino que aun siéndolo, no tienen ningún arraigo ni influencia en ella, por lo que son impuestos, por obedecer al control central. Se les elige aquí porque lo obliga la constitución, pero la práctica pareciera orientar a la idea de volver legalmente a lo de antes.
Y esta conducta del viejo "paracaidismo", derivado del centralismo democrático, el derecho del poder central a escoger o decidir, práctica en todos los partidos, de vieja o nueva data, ahora llamada cooptación, es parte del centralismo y del interés de una tendencia del capital a que la inversión se haga en determinados sitios, en beneficio de determinados planes y factores económicos. Y como tal, lleva a mantener el estado de cosas, por la que, muchos de nosotros, nos juntamos para combatir, pues el centralismo es parte de un modelo capitalista excluyente que, al mismo tiempo estimula más la concentración de la población en las áreas favorecidas y va en contrario de una distribución equilibrada y en favor de un proyecto económico que dé sustento a planes como el desarrollo agrícola y ganadero, para lo que nos sobran ventajas y donde la mano de obra tenga justos beneficios y no se vea sometida a las reglas desventajosas que determina la excesiva concentración.
Pero el centralismo, fortalecido en la "democracia representativa", "centralismo democrático" y la "cooptación", también conspiran contra el liderazgo regional. La muerte, ahogo de este, juega en favor del poder central. El político y el económico. Uno y otro se complementan o el segundo somete al primero y con ese acuerdo como escondido, conduce a fortalecer lo existente y matar todo intento de cambio, tanto en favor de lo regional, colectivo, como hasta en lo individual.
Pero también es bueno poner énfasis, como el centralismo y la cooptación, que forman parte del mismo engranaje, les niegan a las regiones consolidar sus liderazgos y las someten a decisiones que le son ajenas. Y esto es una práctica de todos; no hay un factor político que eso no lo haga.
¿Cómo pensar en un cambio sustantivo en la sociedad si asumimos colectivamente el modelo, la práctica política de antaño y conveniente a los amos del capital que determinan dónde va la inversión, sólo atendiendo a sus exclusivos intereses?